En contra de lo que piensan algunos expertos, periodistas y empresarios, el futuro del periodismo lo veo muy negro, más incluso que la sangría de despidos que se produce hoy a diario sin que parezca que haya tocado fondo. Quizás sea tan pesimista porque estoy muy afectado por las noticias que recibo de mi entorno más próximo, como LAS PROVINCIAS o mi actual empresa -ya dedicaremos un capítulo especial en el momento adecuado-. O quizás sea porque de verdad el periodismo del siglo XXI ya no necesita periodistas, sino gente dispuesta a trabajar 10 horas, o más, diarias por ni siquiera 1.000 euros al mes.
Con esas condiciones, no es de extrañar que la calidad del periodismo sea cada vez peor y ya no es excepción, sino norma, leer a diario decenas, cientos, miles, de faltas de ortografía.
El ritmo de vida actual nos conduce al consumo veloz de cuanto cae en nuestras manos y al vómito compulsivo posterior, lo cual nos hace ser más acríticos, menos cultos, más cómodos, menos exigentes y más pasivos.
La globalización, la concentración de medios en manos de muy pocos grupos y la irrupción de internet y otras nuevas tecnologías no hacen sino potenciar un periodismo basura -que comenzó en la televisión pero que ha acabado por contagiar al resto de medios- con consecuencias demoledoras para los periodistas -más paro y menos nivel- y para la sociedad -más aborregada, menos crítica-.
Confío, sin embargo, en que siempre habrá, aunque pocos, medios libres, periodistas aguerridos, valientes e inteligentes, pequeñas islas en las que desearemos estrellarnos como si fuésemos los protagonistas de 'Perdidos'.
