Los medios impresos gratuitos han sido los primeros en sucumbir. La dependencia absoluta de la publicidad los ha hecho desaparecer de la noche a la mañana, cuando hasta hace apenas unos meses amenazaban muy seriamente cabeceras históricas de pago que, si se han mantenido pese a las dificultades, ha sido merced a las promociones de todo tipo -incluidos refrescos y chorizos, como hacía los sábados un periódico valenciano-.
Pero no habrá que descuidarse, porque se trata de una derrota temporal y algunas cabeceras gratuitas volverán a la carga cuando el mercado necesite volver a invertir en publicidad. En ese momento, la irrupción de nuevo de los gratuitos podría acabar de hundir a muchísimos periódicos de pago, que ya no podrán competir con aquéllos y con los medios digitales, los cuales, para entonces, no habrán dejado de ganar cuota de mercado.
Mientras se llega irremediablemente al fin del periodismo en papel como lo conocemos hoy, a no más de 20 años vista, vamos a asistir -mejor dicho, ya lo estamos haciendo- a una destrucción de puestos de trabajo espectacular, a desapariciones de cabeceras históricas, a fusiones, absorciones y alianzas empresariales de todo tipo, incluidas las antinaturales.
Avanzamos irremediablemente hacia un tipo de periodismo menos crítico, independiente y profesional, hacia la sociedad de la hiperinformación pero desinformada y hacia una reducción de la pluralidad informativa.
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