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jueves, 17 de diciembre de 2009

TDT: De la fragmentación por la pluralidad a las fusiones


En apenas 3 décadas hemos pasado en España de dos cadenas de televisión, TVE1 y la UHF, después TVE2 o ahora La 2, a centenares de ellas, desde las públicas nacionales y autonómicas y ahora con la Televisión Digital Terrestre también locales y comarcales, a las privadas nacionales y autonómicas y también locales y comarcales con la llegada de la TDT.

La televisión creada por el régimen con una clara vocación propagandística y manipuladora dejó de tener el monopolio televisivo después de la transición y, como no podía ser de otra manera, sucedió primero en Cataluña, con el nacimiento de TV3. A continuación llegaron otras autonómicas y, muy pronto, las privadas nacionales con emisión en abierto, Antena 3 y Telecinco, y la de pago Canal +. Todo por la pluralidad, por la joven democracia.

Ja, ja, ja. Sí, era una broma. Porque los poderes políticos de turno, igual da de un signo que de otro, han ido concediendo licencias nuevas a lo largo de estas 3 décadas largas de democracia a grupos afines sin ningún tipo de rubor o vergüenza. ¿Ejemplos? Tantos como licencias. Zapatero aprobó la creación de dos nuevos canales en abierto, La Sexta y Cuatro, curiosamente dos grupos afines al PSOE, uno más a Zapatero que otro; en la Comunitat Valenciana por una licencia a un grupo progresista, 20 a otros de derechas; en Cataluña, el tripartito aniquiló a la cadena COPE; en Andalucía el PSOE tampoco guarda mucho las formas que digamos; y así hay tantos casos como lugares donde se han concedido una frecuencia de tele, radio o de lo que sea.

Y en esas andábamos cuando el gobierno aprobó la sustitución del sistema analógico por el digital terrestre. ¿Y cómo lo justificó? En aras de la pluralidad, en beneficio de la democracia. Sí, otra broma. Porque en este país hemos pasado de uno o dos canales de televisión a supuestamente más de 30 en determinadas demarcaciones. ¿Más de 30? Sobre el papel, sí, pero en realidad hemos asistido en el transcurso del desarrollo de la TDT de la desaparición de la mayoría de las televisiones locales y autonómicas privadas nacidas al calor de cada gobierno autonómico después de la nefasta división en demarcaciones realizada por el ejecutivo de Zapatero.

Por si no fuera poco el fracaso del desarrollo de la televisión local en España -el caso de la Comunitat Valenciana merece un extenso espacio aparte-, ahora mismo asistimos a la fusión entre Antena 3 y La Sexta, por un lado, y Telecinco y Cuatro, por otro (ver el artículo publicado hoy en Vertele.com:
http://www.vertele.com/noticias/detail.php?id=25313). Pero, entonces, ¿para que dio permiso el gobierno de Zapatero para crear dos nuevos canales de televisión en abierto? Pensando en aumentar la pluralidad informativa audiovisual no. De lo contrario, no se comprende que ahora nos vengan estas cuatro empresas, controladas por Planeta, Mediapro, Mediaset y Prisa, respectivamente, y se fusionen entre sí sin que suceda nada. Bueno, sí, cuando esto ocurra, ¿adivinan quién va a pagar el precio de la unión? Los empleados y la tan cacareada pluralidad informativa. Me parto.

Por un lado, los trabajadores de las grandes cadenas. Tiemblen cuando escuchen la palabra 'fusión' y la 'creación del grupo tal líder tal'. Vamos, que se van a la puñetera calle un montón de empleados. Por otro, adiós a la pluralidad. Primero, porque las teles nacionales y autonómicas públicas -con plantillas sobredimensionadas que, en el caso de las regionales, superan incluso a las de las televisiones privadas- sólo sirven a los intereses del partido del gobierno de turno. Y segundo porque sólo nos faltaba ver en España fusiones entre grupos de comunicación opuestos ideológicamente entre sí. ¿Eso qué significa? Entre otras muchas cosas, que siempre van a apoyar al PP o al PSOE según gobierne uno u otro a través de una u otra cadena, pues las fusiones van a respetar la identidad de cada una de las teles.

En definitiva, todo lo que está sucediendo en el plano audiovisual en España en los últimos años y meses da auténtica pena y, lamentándolo mucho, incluso asco. Me da ganas de vomitar.